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 Pull Cerebral, la clave para controlar el apetito (II).
Pull Cerebral, la clave para controlar el apetito (II)

Pull Cerebral, la clave para controlar el apetito (II)

Nutrición 22 septiembre 2022

En la primera parte de este post hablamos del funcionamiento del Pull cerebral (o tiro cerebral), el encargado de controlar el estrés por hambre, y al mismo tiempo de prevenir ciertas enfermedades metabólicas. En esta segunda entrega vamos a centrarnos en explicar las decisiones clave de riesgo para frenar esta sensación de estrés, recuperando así y en el menor tiempo posible un reparto equitativo de energía en el cuerpo.

Pero ¿por qué con estrés se dispara el hambre?

Seguro que conocemos más de un caso o incluso múltiples. El de algún compañero, amigo o familiar cercano que nos confiesa “estoy estresado y no paro de comer”, o “he cogido muchísimo peso en los últimos meses, con la cantidad de problemas que tengo, no me extraña”. Cuando en momentos puntuales las cosas no funcionan como es debido, a muchas personas se les dispara el hambre de forma desorbitada ganando peso con facilidad.

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En este contexto, intentaremos explicar desde el punto de vista de la psiconeuroinmunología cómo se activa y por qué aumenta el apetito incontrolado o mejor aún, qué ocurre dentro de nuestro organismo cuando esto pasa.

Básicamente pasa que el Pull cerebral no es capaz de solucionar toda la demanda energética que se genera con el estrés y por tanto se deben buscar nuevas estrategias y alternativas que frenen esta necesidad.

El estrés tiende a cronificarse y el cerebro ya no va a ser capaz de mantener su jerarquía metabólica. El cerebro pierde la situación de dominio del reparto de energía y la asume el resto del cuerpo, más concretamente el tejido graso corporal. Por tanto, si en este caso existe un Pull, será corporal y no cerebral1.

Un cambio de estrategia en el reparto de energía

Para entenderlo mejor, se produce un cambio de estrategia. A medida que el Pull cerebral va perdiendo fuerza y no es eficaz, los recursos energéticos tienden a ser captados por el tejido graso. El cerebro no va a ser capaz de cubrir correctamente la demanda energética con los recursos almacenados en el organismo, y aquí es donde cambia de estrategia.

Ello obliga a buscar la energía a través de los alimentos, induciendo la búsqueda a través del apetito y la sensación de hambre. Es el mecanismo que Peters denomina PUSH cerebral (empuje cerebral)1. Ahora es la energía procedente de los alimentos la que empuja para poder entrar en el mismo.

¿Cómo es la mala gestión del apetito? La importancia de los matices

Si la funcionalidad del PULL cerebral tiene la capacidad de movilizar recursos almacenados, manteniendo así una supresión de la producción de insulina ya que optimiza la captación de energía en el cerebro (como decíamos en el primer post sin despertar el apetito), tengamos en cuenta ahora, que cada vez que comemos, el páncreas tiene que producir insulina (más o menos en función de la elección del alimento)2 y este matiz, lo cambia todo.

Es aquí donde se dimensiona la importancia crucial de los matices.

Comer, una decisión difícil y nada barata

La insulina es una hormona anabólica, es decir, su función está relacionada con almacenar la energía obtenida a partir de los alimentos y no con movilizar la energía almacenada en el cuerpo.

Esta estrategia frena y dificulta a medio plazo la entrada de energía al cerebro y al contrario, facilita la captación de la misma por la grasa, principal órgano de reserva energética del cuerpo.

Y es que comer, también tiene que ver con tomar decisiones. Hoy en día, no es una decisión fácil ni barata: hay que elegir entre una oferta interminable de productos y alimentos en un contexto de precios en competencia feroz.

Además, tomar decisiones en relación a la elección del nutriente cuando la disponibilidad de energía en el cerebro no es la más adecuada, puede ser una trampa que fije un círculo vicioso de difícil solución.

Los alimentos más calóricos y glucémicos, los preferidos del cerebro

En consecuencia y con todos estos argumentos, parece lógico llegar a la conclusión de que un cerebro que ha evolucionado a lo largo de cientos de miles de años teniendo que lidiar con el hambre, sienta en el contexto actual cierta atracción por aquellos alimentos que aporten más energía, es decir, los más calóricos y glucémicos.

Alimentos que ciertamente aportarán más energía rápida al organismo y que seguramente de entrada, facilitarán la captación de energía al cerebro, pero que al obligar al mismo tiempo al páncreas a tener que producir más cantidad de insulina, dificultarán a medio plazo el sostenimiento energético del cerebro.

Y en este escenario surge la parte perversa del PUSH cerebral, sobre todo cuando esta situación tiende a convertirse en habitual y perpetua.

La insulina comenzará a sensibilizar la entrada de energía hacia la grasa corporal, favoreciendo el aumento de peso e incrementando el riesgo o la propensión al desarrollo de enfermedades inflamatorias como la diabetes, la obesidad o el síndrome metabólico.

En definitiva, se genera una paradoja de difícil comprensión: un cerebro hambriento y carente de energía en un cuerpo saturado de recursos.

Fuentes:

  1. Peters A, Kubera B, Hubold C, Langemann D. The selfis brain: stress and eating behavior. Frontiers in Neuroscience 2011
  2. 2.  Salmeron J, Ascherio A, Willet W et al. Dietary fiber, glycemic oad and risk of NIDDM in men. Diabetes Care 1997 Apr; 20(4): 545-550

Autor

Daniel De la Serna

Llevo más de 20 años dedicado al campo de la salud y de la formación, especializado en el ámbito de la Psiconeuroinmunología clínica.

He tenido la suerte de formarme y entrar a formar parte del equipo del Dr. Leo Pruimboom, la gran referencia internacional en esta disciplina.

Me apasiona mi labor docente, poner al servicio de cientos de alumnos de todo el mundo todo este bagaje y conocimiento para acompañarles en el proceso de formación en esta maravillosa disciplina.

Igualmente disfruto y aprendo de mis pacientes en mi labor clínica diaria.

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