En la segunda parte de este post, vamos a tratar de explicar qué ocurre en el cuerpo cuando un dolor fisiológico que aparece de forma puntual tras una lesión, se instaura y cronifica, convirtiéndose en una de las sintomatologías más frecuentes en nuestros pacientes.
Nos referimos al dolor crónico y a esos mecanismos de acción que ponen en marcha la máquina para protegerse de él, a través de algunas manifestaciones como el miedo o la ansiedad.
Hace unas semanas y coincidiendo con Halloween, que es la celebración del terror por excelencia, hablamos del dolor crónico como una de las sensaciones más terroríficas para el ser humano.
Entre otras cuestiones, porque cuando una persona padece dolor de forma continua y permanente, merma de forma considerable su calidad de vida.
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De la fisiología aguda a la patología crónica
Cuando el dolor aparece y se despierta por alguna lesión o ante una situación potencialmente dañina, se trata de algo puramente fisiológico sin más, que sirve de apoyo a los mecanismos de minimización de daño y de optimización de la respuesta curativa.
Sin embargo, cuando este síntoma se prolonga, se asienta y cronifica en el cuerpo, se desconecta totalmente del nivel de daño presente en el organismo.
Esto quiere decir que la situación puntual desaparece, pero el síntoma se perpetúa, y desencadena un proceso tan común en nuestra sociedad actual como es el dolor crónico.
Este cuadro médico está directamente asociado a una actividad excesiva y espontánea de neuronas sensibles al peligro que se localizan en la médula espinal y áreas superiores del sistema nervioso central (neuromatriz del dolor), y que están muy condicionadas por el componente afectivo-motivacional.
Realmente aquí es donde aparecen las emociones ligadas a la sensación de dolor: el miedo o la ansiedad, que activan determinadas partes de esta neuromatriz, perpetuando así la actividad de estas áreas neurológicas, y por tanto fijando el síntoma dolor.
Pero a partir de aquí ¿qué ocurre? que cuanto más tiempo permanecen activas estas áreas, y más bajo es el umbral de disparo de estas neuronas (cada vez se detectan e interpretan más señales como peligrosas), y más fácilmente se recluta este sistema.
Este proceso no sucede de un día para otro, sino que es lento y progresivo, y facilita la instauración de fenómenos de sensibilización central que pueden hacer que esta sensación tan terrorífica e incómoda, esté presente durante la mayor parte del tiempo en los pacientes que lo padecen.
La “neuromatrix” del dolor ¿Cómo se activa?
La neuromatrix o neuromatriz del dolor está directamente relacionada con el dolor crónico.
Parece increíble, pero está demostrado que existen determinadas causas como el estrés crónico o incluso algunas enfermedades relacionadas con las emociones, que pueden incidir directamente en este desencadenante.
Esta neuromatriz está configurada por una serie de áreas y órganos dentro del propio cerebro, que es el responsable de recibir, filtrar y discriminar la información que recibe tanto desde el interior del organismo como a través de los sentidos, del entorno exterior y compararla con la memoria almacenada de experiencias pasadas.
Así se evalúa el nivel de amenaza que supone para el organismo toda esta información.
Cuando esta información se interpreta como una amenaza, la neuromatriz dispara su actividad y el dolor se manifiesta de forma efectiva.
El modo en que esta “neuromatrix” reacciona ante los estímulos, se determina de manera individual y comienza a calibrarse desde el mismo inicio de la vida; de ahí que en numerosas ocasiones la sensibilidad al dolor sea a edades muy tempranas, durante la primera infancia, donde los bebés tienen que lidiar con este tipo de amenazas (ya sean internas o externas).
La importancia del contexto en el paciente
Todo dolor se manifiesta en un contexto determinado, y existen multitud de agentes que envían señales de amenaza, que son las que el individuo procesa y frente a las que responde.
Ahora que ya tenemos clara la conexión y sus desencadenantes, con toda esta información, comprendemos un poco mejor que el dolor es el resultante último de un proceso muy complejo de análisis de información, que se evalúa en forma de amenazas potenciales o reales procedentes del medio interno (daños acumulados en los tejidos, actividad inflamatoria, toxinas circulantes, niveles de oxígeno, pH, etc.), y que también dependen de del ambiente externo (toxinas medioambientales, percepción de incertidumbre, grado de inseguridad, aislamiento social,…).
Desde el punto de vista profesional, difícilmente podremos plantear intervenciones globales y efectivas para el manejo de un cuadro de dolor crónico, si no entendemos en profundidad la relación del paciente con su contexto.
Es decir,
- qué factores físicos están conectados con su dolor,
- qué emociones dominan ese dolor,
- qué pensamientos y creencias se han ido construyendo con el tiempo asociadas al mismo,
- o cuáles son los condicionantes sociales o sexuales que han ido provocando esta sintomatología.
Todos estos factores deben estudiarse de forma conjunta junto con el medio interno del paciente.
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- Craig, A.D. (2003). A new view of pain as a homeostatic emotion. Trends Neurosci 26, 303-07.
- Craig, A.D. (2003). Pain mechanisms: labeled lines versus convergence in central processing. Annu Rev Neurosci 26, 1-30.
- Hasenbring, M. I., Chehadi, O., Titze, C., & Kreddig, N. (2014). Fear and anxiety in the transition from acute to chronic pain: there is evidence for endurance besides avoidance. Pain Management, 4(5), 363-374
Llevo más de 20 años trabajando como fisioterapeuta, pero mi ámbito profesional y mi forma de vida dio un giro de 180 grados cuando me convertí en lo que soy actualmente: especialista en Psiconeuroinmunología clínica. Disciplina que me ha brindado la oportunidad de crecer exponencialmente y que llegó a mí de la mano del Dr. Leo Pruimboom, fundador y referente mundial por excelencia de esta disciplina médica. Una nueva vía de intervención que descubrí cuando aún estaba cursando mis estudios universitarios en Fisioterapia, que cambió mi perspectiva y por su puesto la manera de trabajar con los pacientes.
Labor clínica, con la que no dejo de aprender constantemente y disfrutar cada día. Además, al mismo tiempo me permite desarrollar mi segunda actividad y pasión, la de coordinar el Máster en PNIc. Me encanta mantener un nexo de unión continuo con los grandes referentes y docentes, y comprobar cómo los alumnos van adquiriendo una nueva dimensión de conocimiento y formación.
Todo ello no sería posible sin el motor de mi vida, mi pequeña gran familia, (Gonzalo y mis cuatro hijos) y esos momentos de desconexión. Descargo adrenalina jugando al baloncesto, bailando flamenco y no cambio por nada del mundo disfrutar de un buen vino con mis amigos.