Hasta un 5% de la población padece falta de hierro. Esta carencia, que también se conoce como anemia ferropénica, aparece cuando el déficit dificulta la producción de glóbulos rojos.
Los síntomas más evidentes con el hierro bajo son la piel pálida, las uñas quebradizas, la caída del cabello, las manos y los pies fríos, la debilidad o fatiga, además de algunos que pueden confundirse con otros trastornos, como el dolor en el pecho, la inflamación de la lengua, o la falta de apetito, sobre todo en bebés y niños.
Se trata de una deficiencia que afecta a todo tipo de personas. Desde a los más pequeños (perturbando su rendimiento o ritmos en el sueño), como a los adultos y a la tercera edad.
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Concretamente las mujeres tienen un riesgo 10 veces superior frente a los varones de presentar anemia por déficit de hierro. Diversas causas relacionadas con su fisiología como los periodos de gestación y el embarazo, los sangrados abundantes durante la menstruación o el parto, o incluso por dietas carentes de este nutriente clave para nuestra alimentación, hacen que tengan falta de hierro con más probabilidad. También existen otras patologías como la celiaquía, que pueden alterar el hierro.
En PNI clínica nos encontramos con bastantes casos de insuficiencia de este oligoelemento. Veamos por qué lo necesitamos y qué se puede hacer para cubrir las dosis necesarias en nuestro sistema inmune, evitando así el riesgo de padecer posibles enfermedades más severas.
El hierro es un elemento esencial del sistema inmune
El hierro es un mineral esencial para el desarrollo de las células inmunitarias, entre ellas los linfocitos, que son los glóbulos blancos más afectados ante la falta de hierro. Tengamos en cuenta que es el elemento clave y más abundante de nuestro organismo, y es tan importante y vital, que su carencia complica la forma en que se afrontan determinadas respuestas a posibles agentes infecciosos.
Su carencia también fomenta la aparición de los radicales libres, las moléculas que suponen la aparición o el riesgo de algunas patologías. Además la ferropenia supone una menor respuesta cutánea a los antígenos, es decir, la piel es un escudo frente a las agresiones externas y si pierde parte de su función defensiva, nos exponemos con mayor facilidad a agentes infecciosos.
Otra consecuencia de tener el hierro bajo es la aparición de trastornos gastrointestinales o enfermedades respiratorias.
El hierro en exceso, tampoco es bueno
De la misma manera que afecta el déficit de hierro, unos niveles más elevados de la cuenta también. Porque en estos casos y a la inversa, puede convertirse en un tóxico donde el exceso de radicales libres van a dañar más rápido las células.
¿Cómo se metaboliza el hierro en nuestro sistema?
Se absorbe aproximadamente un 10%, almacenándose en forma de ferritina en el hígado, y lo hace de una manera inteligente, ya que si se procesara todo el hierro que consumimos, correríamos el riesgo de que llegara hasta la sangre y los tejidos, poniendo en riesgo nuestro sistema. El restante se expulsará a través de las heces.
Se metaboliza de dos maneras, mediante absorción, y el férrico mediante transformación, que debe convertirse en ferroso para poder absorberse. Estas dos variantes se relacionan con otros elementos que son las que vamos a encontrar en los alimentos y en nuestro organismo.
Este mineral tiene diversas funciones, ya que se encarga de transportar el oxígeno, también participa en la oxidación mitocondrial, proceso metabólico que permite obtener la energía en forma de ATP (adenosín trifosfato), en la producción de ADN, y en otros procesos enzimáticos claves que permiten el buen funcionamiento de nuestra salud.
Estos niveles de absorción se van a realizar a través de los enterocitos (las células del intestino que se encargan de la absorción de diferentes nutrientes) y los controla la hepcidina, que es una hormona que se une a la ferroportina y se encarga abrir o cerrar el paso del hierro en sangre, regulando así los niveles de absorción en función de las necesidades del organismo.
¿Cómo asimilar mejor el hierro por la dieta?
No cabe duda que el hierro está básicamente en los alimentos y que la forma más habitual de adquirirlo es por la dieta. Sin embargo, y teniendo en cuenta que existen determinados límites de absorción, es importante conocer el porcentaje que contiene cada alimento rico en hierro. Está el,
- Hierro hemo, que es el que mejor se procesa y procede básicamente de los alimentos de origen animal. En las carnes, pescados, o en los mariscos de concha como las almejas, los mejillones y las ostras.
- Hierro no hemo, que se absorbe en cantidades muy pequeñas, y que está en las verduras de hoja verde, en las legumbres, los frutos secos y los cereales.
Otros elementos que fomentan su absorción son la proteína animal, la vitamina C, la glucosa y los ácidos cítricos y lácticos.
También hay otros alimentos que por el contrario disminuyen su absorción; en este caso hablamos del café, el vino, excitantes como el té o el chocolate.
Cuando nuestro organismo no puede por sí mismo absorber el hierro vía alimentación, en este caso es importante acudir a la suplementación, pautando un tratamiento adecuado y con los valores justos para que no afecte a otros órganos o funcionalidades.
En definitiva, lo más importante de la ingesta de hierro es que sea en su justa medida, porque tanto unos niveles elevados como la carencia, pueden suponer la aparición de posibles problemas de salud.
Llevo más de 20 años dedicado al campo de la salud y de la formación, especializado en el ámbito de la Psiconeuroinmunología clínica.
He tenido la suerte de formarme y entrar a formar parte del equipo del Dr. Leo Pruimboom, la gran referencia internacional en esta disciplina.
Me apasiona mi labor docente, poner al servicio de cientos de alumnos de todo el mundo todo este bagaje y conocimiento para acompañarles en el proceso de formación en esta maravillosa disciplina.
Igualmente disfruto y aprendo de mis pacientes en mi labor clínica diaria.