Comidas a deshoras, abusar de alimentos que no debemos, ver el móvil por la noche hasta quedarnos dormidos, pasar demasiadas horas frente a la pantalla, la vida sedentaria, … Si sabemos de sobra que todos estos hábitos no son buenos, ¿por qué no los cambiamos?
Cambiar el chip cuesta un triunfo, tanto a los pacientes que recibimos en consulta como a cualquier persona que necesite cambiar para poder tener mejor calidad de vida y mejor salud.
Pero también cuesta cambiar aquellos hábitos que independientemente de que sean buenos o malos, los tenemos muy interiorizados. Por muy simples que sean, los seres humanos funcionamos por patrones, desde ponernos las zapatillas nada más poner el pie en el suelo, hasta cuando dejamos la ropa encima de una silla antes de acostarnos.
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Si queremos eliminar cualquier acción de este tipo, definitivamente por sencilla que sea nos costará y se convertirá en todo un auténtico desafío.
Y esto ¿A qué es debido? a los llamados patrones de comportamiento que hemos aprendido desde muy pequeños, con pequeños hábitos, y empleando un esfuerzo que al final no lo supone porque lo tenemos muy arraigado y ya forma parte de nosotros.
Estos hábitos están en el cerebro, y una vez automatizados por este súper órgano, ya no cuesta ningún tipo de esfuerzo realizarlos, los hacemos prácticamente sin pensar.
Además, está el llamado sistema de recompensa del que ya hemos hablado en ocasiones, por ejemplo, el que se activa con la ingesta y la ansiedad por comer, que refuerza aquellas sensaciones y conductas que objetivamente causan placer y bienestar y que además son aún más difíciles de eliminar, causando una necesidad imperiosa porque se repitan, cayendo en las indeseables adicciones.
Si bien sabemos que muchas veces en el cambio está la solución, en el siguiente post vamos a tratar de desgranar y explicar qué ocurre en nuestro cerebro cuando nos enfrentamos a un cambio de hábitos o de patrones, y qué factores o elementos inciden en este proceso de cambio.
La actitud hacia el cambio
Imaginemos que el cerebro es un órgano que adopta patrones y que cuando los adquiere no los quiere soltar e intenta conducirnos por su lado. Bien sea porque ese patrón está muy arraigado y nos puede sacar de ese estado de confort, bien sea porque la mayoría de las veces nos causa placer por el circuito de recompensa (por esa liberación de dopamina, la hormona del placer de la que hemos hablado), o porque nos genera simple miedo a la equivocación o a que este cambio no produzca buenas sensaciones.
Sin embargo todas las personas nos enfrentamos a cambios, es más, hemos cambiado a lo largo de nuestra vida varias veces, ya sea dejando atrás malos hábitos, o porque la vida nos ha enfrentado a situaciones de forma cuasi obligada y aquí estamos y continuamos.
En este sentido se ha de reconocer que el ser humano está totalmente preparado para enfrentarse a desafíos desde que el mundo es mundo. Tenemos facilidad y somos propensos a crear patrones y hábitos relacionados directamente con dichos patrones de comportamiento, y esta actitud de cambio genera mucho esfuerzo. Por ejemplo, marcharnos de vacaciones siempre en verano, aún teniendo posibilidad de hacerlo en invierno.
Las recaídas ¿Por qué ocurren a menudo?
Un cambio de hábitos implica esfuerzo, voluntad y consecuencias positivas. Durante este proceso el tiempo pasará más despacio porque la transformación cuesta. Queremos que ese cambio en el que estamos trabajando, sea rápido y nos permita obtener grandes resultados.
Si vemos que tardan en llegar o no nos producen sensaciones placenteras, no nos esforzaremos y surgirán altibajos. Por ejemplo, si no tuviéramos un sueldo no trabajaríamos, si no vamos a disfrutar de una casa, para qué vamos a esforzarnos en comprarla. Pues con un cambio de hábitos ocurre exactamente lo mismo. Necesitamos segregar dopamina para poder continuar con el proceso.
Ocurre con muchas acciones cotidianas. El “voy a ir al gimnasio después de las fiestas”, pero van surgiendo obstáculos por el camino que nos refuerzan el abandono con facilidad, y hacen que hoy no podamos ir, mañana tampoco, hasta que finalmente lo dejamos. Aquí surge la disonancia cognitiva, de “no tengo fuerza de voluntad”, y es cuando gana el cerebro volviendo a recuperar la conducta anterior. Tiende a aparecer el estado de homeostasis o el quedarnos como estamos.
La motivación, una de las claves para lograr el cambio
Una vez que somos conscientes de que nuestro cerebro se aferra a los patrones y que nos hace sentir mal o incómodos si denota que queremos un cambio o le falta esa recompensa que recibe, lo que debemos intentar es enseñarle a cambiar de forma progresiva.
Una de las formas más efectivas es mantener un estado de motivación durante el proceso de cambio,
- Estableciendo metas realistas, que de algún modo podamos alcanzar para el cambio de hábitos.
- Cuando se presenten momentos de debilidad, recordar cuáles son los posibles beneficios o hábitos que nos va a generar dicho cambio, y cuáles son los efectos negativos que van a surgir, y por qué no debemos tirar por la borda todo el esfuerzo anterior. Debemos continuar con nuestro propósito y objetivo.
- Celebrar cada paso o pequeño logro en nuestro proceso.
- Tener apoyo moral en nuestros familiares y amigos. El entorno es muy importante a la hora de abordar cualquier cambio en nuestra vida. En este proceso abandonaremos algunos amigos, pero encontraremos otros con los mismos gustos y hábitos que refuercen nuestro propósito.
Llevo más de 20 años dedicado al campo de la salud y de la formación, especializado en el ámbito de la Psiconeuroinmunología clínica.
He tenido la suerte de formarme y entrar a formar parte del equipo del Dr. Leo Pruimboom, la gran referencia internacional en esta disciplina.
Me apasiona mi labor docente, poner al servicio de cientos de alumnos de todo el mundo todo este bagaje y conocimiento para acompañarles en el proceso de formación en esta maravillosa disciplina.
Igualmente disfruto y aprendo de mis pacientes en mi labor clínica diaria.