De sobra sabemos que el estrés, los malos hábitos alimenticios, las jornadas de trabajo maratonianas, el sedentarismo y otras tantas situaciones similares propias de nuestra vida cotidiana, están deteriorando nuestra salud y como consecuencia aumentando la proliferación de numerosas enfermedades crónicas.
¿Quién no conoce a alguien cercano a su alrededor que no padezca sobrepeso, cáncer, artritis, alguna enfermedad cardiaca o las tan extendidas patologías relacionadas con las emociones como el estrés, la ansiedad o la depresión, que en la actualidad asaltan a una inmensa mayoría de la población? La respuesta ya la sabemos.
Pues bien, el desencadenante de esta situación está relacionado con la comodidad, la tecnología y los llamados males de la vida moderna, que se han ido imponiendo a ritmos acelerados.
Y aunque hay personas que muy conscientes de la situación, ya han tomado partido en el asunto, aún existe un amplio grupo de la población que debería parar, hacer un alto en el camino, cambiar, retroceder el rumbo de sus hábitos desde cero, pero que aún no lo ha llevado a cabo porque el proceso se hace costoso, complicado e incluso inalcanzable. Sin embargo, no lo es. Hablamos de ello.
Bajo el punto de vista de la psiconeuroinmunología clínica volver a las costumbres de nuestros antepasados puede ser una superación frente a determinados problemas de salud.
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Así lo evidencia esta disciplina que establece una íntima conexión entre cerebro, sistema inmune, sistema nervioso y sistema endocrino, incorporando algo clave que hasta el momento no se había tenido en cuenta: las relaciones sociales ya que somos sociales por naturaleza y todo influye.
Ahora más que nunca somos conscientes de que la PNI mejora la calidad de vida de los pacientes ayudando a prevenir numerosas enfermedades crónicas. Y así lo constata el Doctor Leo Pruimboom, padre y fundador de esta increíble vía de intervención.
Los males de la vida moderna
A través de un detallado estudio de investigación “Intermittent living; the use of ancient challenges as a vaccine against the deleterious effects of modern life – A hypothesis” (Vida intermitente: el uso de hábitos antepasados como remedio frente a los efectos deletéreos de la vida moderna – Una hipótesis”) publicado por el Dr. Leo Pruimboom y PhD. Fritz A.J. Muskiet, habla de las ECNT (enfermedades crónicas no transmisibles) como la principal causa de mortalidad en los países desarrollados.
Nos referimos a una suma de factores de riesgo antropogénicos que pasan por la mala alimentación hipercalórica y sobre azucarada, el estrés, las toxinas ambientales, y algunos factores de presión como los condicionantes sociales y económicos.
Hábitos muy implantados en nuestras vidas que no dependen directamente de nosotros, pero que finalmente desencadenan en enfermedades crónicas inevitables. Sin embargo, diferentes estudios, inclusive este dedicado al intermittent living, muestran cómo el uso de desafíos intermitentes con efectos horméticos mejoran la percepción subjetiva y objetiva con personas que presentan patologías crónicas, produciendo al mismo tiempo efectos favorables sobre el sistema inmunológico, metabólico y conductual.
El frío, calor, el ayuno y la hipoxia intermitente son algunos de los desafíos a los que el hombre se ha tenido que enfrentar desde su existencia de forma transitoria. La inflamación como respuesta inmune es alguna de ellas.
Junto a estas acciones intermitentes, están los fitoquímicos que se incluyen en múltiples alimentos. Productos que tienen amplios beneficios para la salud. Un programa intermitente con una duración mínima de una semana o diez días, actúa como una vacuna contra los efectos nocivos de cualquier enfermedad crónica, de la inflamación de bajo grado, o el envejecimiento prematuro.
Una dieta variada como solución
La dieta de nuestros ancestros, como la alimentación del hombre durante el paleolítico (que duró unos 2,5 millones de años y que terminó con el desarrollo agrario), fue sumamente variada. Se consumían plantas, hierbas y una combinación de plantas y de hierbas, junto con otros productos de origen animal, incluidos los reptiles y los huevos, crustáceos, anfibios, pescado, pequeños mamíferos, y de forma ocasional alguno más grande.
Hace 135.000 años existía una diversidad de plantas en la alimentación cuantiosa. Nada menos que se podían ingerir unas 3.000 especies, frente a la media de 20 variedades que consumimos en el mundo desarrollado. Ello supone una caída de nutrientes importante en la dieta que finalmente termina afectando la salud. Enfermedades, síndromes y cada vez más intolerancias alimentarias con diarreas, hinchazón, reacciones de la piel, calambres o asma; también es un factor de riesgo para la fatiga y la migraña.
Pues bien, siguiendo con la hipótesis de este estudio de investigación, todo ello es consecuencia directa de la Low Diversity Food o llamada baja diversidad alimentaria, consecuencia a su vez de una baja diversidad de la microbiota intestinal.
Baja diversidad de la microbiota intestinal ¿Qué es?
La baja diversidad intestinal o para entenderlo mejor, una diversidad de microbios en el intestino tiende a presentar un claro fenotipo inflamatorio originario de multitud de enfermedades metabólicas y de otros trastornos neurodegenerativos relacionados con el desarrollo del funcionamiento cerebral, como el autismo, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad y el Parkinson. Se ha demostrado a través de diferentes modelos animales y humanos.
Prueba de ello es que en poblaciones indígenas como los Hadzabe en África y la de los Yanomami en América del Sur, la diversidad microbiana es mucho mayor respecto a cualquier otra población mundial, y ello probablemente se debe en gran medida a la gran variedad de nutrientes de su dieta. La prevalencia de trastornos neurodegenerativos y enfermedades cardiovasculares en estos grupos es sorprendentemente baja, casi nula.
Por otro lado, un estudio reciente con dos especies distintas de peces demuestra que una dieta variada disminuye la diversidad de microbios, comparada con aquellos que se alimentan de una sola presa. Estos últimos sólo son capaces de asimilar una cantidad limitada de microorganismos dominantes del intestino, alcanzando así el límite de detección quórum o Quorum Sensing, que es el mecanismo del número de bacterias de la misma clase que permite la comunicación célula a célula, y que es necesario para el comportamiento simbiótico de la microbiota humana con sus bacterias, claro indicador de que funciona correctamente.
Impresionante ¿verdad? No dejes de leer el estudio de Leo Pruimboom al completo.
Llevo más de 20 años trabajando como fisioterapeuta, pero mi ámbito profesional y mi forma de vida dio un giro de 180 grados cuando me convertí en lo que soy actualmente: especialista en Psiconeuroinmunología clínica. Disciplina que me ha brindado la oportunidad de crecer exponencialmente y que llegó a mí de la mano del Dr. Leo Pruimboom, fundador y referente mundial por excelencia de esta disciplina médica. Una nueva vía de intervención que descubrí cuando aún estaba cursando mis estudios universitarios en Fisioterapia, que cambió mi perspectiva y por su puesto la manera de trabajar con los pacientes.
Labor clínica, con la que no dejo de aprender constantemente y disfrutar cada día. Además, al mismo tiempo me permite desarrollar mi segunda actividad y pasión, la de coordinar el Máster en PNIc. Me encanta mantener un nexo de unión continuo con los grandes referentes y docentes, y comprobar cómo los alumnos van adquiriendo una nueva dimensión de conocimiento y formación.
Todo ello no sería posible sin el motor de mi vida, mi pequeña gran familia, (Gonzalo y mis cuatro hijos) y esos momentos de desconexión. Descargo adrenalina jugando al baloncesto, bailando flamenco y no cambio por nada del mundo disfrutar de un buen vino con mis amigos.